
Este es uno de los poemos más triste pero más lindos que he leído. Es de Oliverio Girondo.
Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto. Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando. Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar. Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca. Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
Desde el lunes he llorado algo, no como dice el poema, pero sí algo. Tuvo y tiene que ver con los viejos amores y la nostalgia del pasado. Pero he decidido que ya no vale la pena llorar tanto por lo que ya fue y ya no será más.
Creo que es un paso importante.
La foto viene al caso porque esa noche sí que lloré a lágrima viva... aunque esté sonriendo.